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miércoles, 27 de abril de 2016

Día Nacional FibrosisQuistica 2016

Si en este recorrido he podido tan siquiera tocar el alma de alguien, mi existencia no habrá sido en vano.

No me malinterpretes, no quiero marcharme tan rápido. Dicen que la vida es una lucha. Y hoy, hemos ganado otra batalla. Celebramos el Día Nacional de una enfermedad que poca gente conoce. Benditos ellos. No han tenido la suerte de mirar a los ojos de la muerte. Hacerlo quema, duele, aterra. Y son sensaciones que te acompañan siempre, aprendes a caminar con ellas y agarras cada aliento de vida como si fuera el último. Por si acaso mañana no me levanto. O lo hago tan jodida que no puedo sonreír. O dar abrazos.

A veces no descanso. La tos no me deja entrar al sueño REM, y mi cerebro me recuerda el sobreesfuerzo de ayer. Como si cada cosa que hago no fuera un esfuerzo. A veces me duele cada centímetro del cuerpo, el azúcar me juega malas pasadas, tengo que obviar el dolor de las bronquiectasias y el calvario de mi estómago. Y por si fuera poco, mis pulmones me gritan que hoy, especialmente, les está costando demasiado respirar.

Y yo no les hago caso. Y sigo respirando.

A veces el invierno tiene la mala costumbre de colarse por mi ventana cuando me siento vulnerable. Y me recorre un escalofrío por si la de la parca decide tocarme en el botón de reinicio, y no me vuelvo a encender.

Asi que, aunque me duela todo, aunque mi cuerpo me grite, me levanto. Y me visto con una sonrisa, me maquillo las tristezas y supuro mis heridas para que las cicatrices se noten menos. Salgo a la calle y sonrio de nuevo. Inspiro. Soy amable y pongo el corazón en cada cosa que hago. Estudios, trabajo. Me gusta dar  abrazos. Por si mañana no puedo. Me gusta reír aunque acabe tosiendo, me gusta saltar y hacerme fotos que, lejos de una imagen, capturan un sentimiento, una emoción que me sale del cuerpo. Y me encanta.

He tenido que decir adiós a demasiada gente demasiado pronto. Y no sabéis lo que cuestan los inviernos sin ellos. La rabia y aflicción que me invade cuando pienso en los que no lo consiguieron.  Los echamos mucho de menos, y si creo en la inmortalidad es por el pedacito de alma que dejamos en los que nos conocieron. Yo guardo muchos trocitos en lo más profundo de mi corazón, en una cajita, a buen recaudo, y me inspiran y ayudan en cada paso.

Creo firmemente que las escaleras del hospital han escuchado más plegarias sinceras que las Iglesias. Creo en la humanidad de las médicas y enfermeros, en el sufrimiento de dos hermanas afligidas en un pasillo, en el llanto desgarrador por un tratamiento que te puede salvar la vida. En la mezcla de miedo y decisión en la puerta de un quirófano. Estoy acostumbrada a ello. Y esos momentos me han enseñado más que cualquier lección de la escuela. Y me han hecho ser como soy, amar como amo. Por eso siempre apuesto todo al rojo, sin miramientos, sin temores. Con ilusión y por si fuera mi última apuesta. Aún tengo muchas ganas y mucha vida que sacarme de entre los dedos. Aún pienso seguir riendo, seguir sufriendo, seguir respirando.

No pienso rendirme y espero seguir sumando primaveras, retos conseguidos y más sueños por cumplir.

Y si  en este recorrido he podido tan siquiera tocar el alma de alguien, mi existencia no habrá sido en vano.

sábado, 23 de abril de 2016

Necesitamos sentir miedo

A veces necesitamos escapar. Huir. Nuestro cerebro decide sin preguntarnos disociarse de la realidad. Construir un dique que aguante la avalancha. Y eso nos ayuda. Es un método de defensa ancestral que ha conseguido que superásemos los traumas de nuestra historia. Congelar las emociones y  destruir los pensamientos antes incluso de que llegaran a formarse.

Pero este mecanismo no es eterno. El muro que construimos, en ocasiones, reblandece su cemento. Y comienzan a filtrarse recuerdos y emociones que no queremos ver en nuestro presente, porque nos resulta demasiado doloroso de enfrentar. Pero es necesario.  Integrar para avanzar. Para poder desbridar nuestra carne quemada y reconstruirnos desde los cimientos. Hay que sentir el dolor. Hay que llorar alguna vez para supurar nuestras cicatrices. Tenemos que tener miedo, porque sin él no podemos empoderarnos para batallar contra el siguiente obstáculo de la vida. Porque los tendremos.  Sin la ira, la tristeza o el miedo no podemos sentir después satisfacción cuando podamos reconstruirnos de nuevo.

Y créeme que estos sentimientos desagradables, como el momento que los causó, tampoco son eternos.

domingo, 17 de abril de 2016

Te juro que no es verdad

Te juro que no es verdad. Que no me importa una mierda que te hayas marchado sin decir adiós. Que no se me ha quedado atragantado entre las cuerdas vocales un “no te vayas”.

Te prometo que cada noche no recuerdo las veces en que nos mordíamos las ganas sobre tu edredón, porque teníamos demasiada pasión entre los dedos como para entretenernos abriendo las sábanas. Ya nos abríamos nosotros.

Te juro que no me siento desarropada sin que me abraces por la espalda. Que mis manos aún saben navegar aunque no sea por tus lunares. Que a mi carmín no le importa que ya no me lo quites a lengüetazos.

Te prometo que cuando salgo a correr  ya no pienso en ti. Que no busco 212 maneras de pedirte perdón por las omisiones y explicarte que aunque no te necesito, elijo mi vida cuando es junto a ti.
Te juro que aún no sé dónde guardarme los tequieros, pues mis bolsillos están repletos ya de tantas decepciones. Quería escribírtelos  uno a uno en un papel, y cada mañana dejártelos en la almohada para que cuando te fueras a trabajar, lo hicieras siempre con una sonrisa.

Te prometo que no echo de menos tu mirada, ni tus manos, ni tus caricias. Ni nuestras conversaciones trascendentales sobre la muerte o la sociedad, o cómo sentíamos que nuestros besos eran capaces de salvar al mundo.


Enfin. Te juro que a veces miento.  Pero que no estoy loca. Aunque sé que no existes, y que en ocasiones te invento. 


Chica Salada

martes, 5 de abril de 2016

Fotografía

Ella siempre decía que no le gustaban los flashes. Que le merecían más respeto las fotografías con luz natural, que supieran captar la esencia indeleble de la belleza que se esconde en el interior de lo inerte. Y de lo vivo.

Y entonces el objetivo capturó todo aquello que no se podía describir con palabras. Los lunares de su espalda eran demasiado hermosos cuando reposaban en el otro lado de mi cama. Y no encontraba manera más justa para retratarlos que deslizar mis dedos cargados de poesías y heridas sin cicatrizar, procurando que fueran lo suficientemente dignos para intentar sellar con caricias los miedos que escondía en el interior de su ombligo.

Rozar con los pies el suelo y con las yemas de los dedos el alma se parecían demasiado a una noche entre sus piernas y sus abrazos. Sus besos saciaban la sed del sediento y colmaban de manjares al hambriento. Aunque yo siempre quería más.  Siempre quedabas deseoso de aquel elixir que solo ella emanaba. Solo ella. Nadie más.

No hacían falta palabras. Una mirada guardaba en mi recuerdo todo lo que había callado. El inestimable valor de su sonrisa o como hacerme sentir que los milagros existían si venían de sus manos. Que si sus labios pronunciaban mi nombre me llevaba a un estado demasiado parecido a lo que algunos llamaban Felicidad. Pero no tenían ni idea, porque no la conocían. No podían captar sus medias sonrisas cargadas de silencios, o su mirada benevolente y solidaria, o cómo parecían llamas sus pupilas  cuando le quemaban injusticias en la piel. No podían sentir su pecho explotar de placer cada viernes por la noche o cómo la brisa le acariciaba el pelo cada atardecer en el templo de Debood. O cómo miraba con ansias de exprimir la vida a cada bocanada de aire, a cada baile, a cada risa.

Mi cámara se enamoró de su silueta como mi persona lo había hecho tiempo atrás. Con calma y ternura. Quería mostrar en mil imágenes la calidez de su presencia, el aroma de su pelo o el sabor dulcemente salado de su piel. Quería, de manera altruista, enseñarla al mundo, con la delicadeza de  quien presenta su bien más preciado. No podía guardarla solo para mí. Sería egoísta, pues sabía que tenía enfrente de mis ojos la cura de todo dolor de la humanidad.

Y por eso, me dediqué a la fotografía.
Quería mostrarla al mundo.
Quería hacerla inmortal. 


sábado, 2 de abril de 2016

Fuimos

Fuimos presente, futuro, pasado. Anhelos inherentes de ensueño que nunca se cumplieron. No fuimos más que labios en un suspiro, notas en un acorde disconforme, musicalmente abstracto lejano a la melodía de la belleza que bautiza nuestros días.

Fuimos una carrera contra el tiempo, un camino incierto, un verso que no rima en un poema sucio, vacío, inexperto. Inmerso en una vorágine de emociones y pensamientos, de rumores que no llegaron a ningún lugar.  De sueños  que no se cumplieron.

Fuimos rumiación, preocupación y miedo que pesaron más que los gritos ahogados que el corazón quería sacar a flote, pero que no podía. No podía porque le costaba más remendar a las heridas a causa de tantas cicatrices.

Fuimos eso que quiso ser y nunca fue. Fuimos besos. Fuimos pasión.

Fuimos nada. Fuimos sueño. 

Chica Salada