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miércoles, 16 de diciembre de 2015

Escribir cuando uno está triste

Escribir cuando uno está triste es fácil.
Ahondar en la mente y transportarte a escenarios viejos, recuerdos agridulces que  quieres olvidar pero con los que a la vez te deleitas al pasear al ellos.
Querer acoger los momentos felices y efímenos  de antiguas vidas pasadas, ahora tan lejanas  y agonizar al no ver tangibles esos sabores en tu futuro incierto.

Escribir cuando uno está triste es fácil.
Es accesible el dolor y el sufrimiento. Actual y pasado. Recordar un evento te lleva inevitablemente a personas, lugares y cuerpos. A otras miradas y otras pieles. A  desgarros físicos y del corazón. Desengaños y realidades que creías que nunca llegarías a experimentar. Piedras infravaloradas que pensabas que no te harían de nuevo tropezar. Qué ilusos nuestros cerebros.

Escribir cuando uno está triste es fácil.
Caminar por la difusa cuerda  que delimita tus sueños y la realidad. Atisbar penumbra, no vislumbrar una mirada que antes te reflejaba claridad. Sentirte acorralado de tus miedos, abrazarlos y hacerlos más tuyos que nunca. Como si no hubiera otros . Como si no hubiera más cosas.

Sin embargo, escribir cuando uno está triste en realidad no es tan fácil.
En realidad se vuelve complicado.  Permitirte la autorreflexión supone caminar por tus laberintos más oscuros. Taladrar las capas más profundas de la piel.

Escribir cuando uno está triste no es fácil.
Supone remover viejas heridas sin cicatrizar, y no querer echarles alcohol para que sanen.  Te hace rascar en recuerdos olvidados y rememorar cada detalle sin saber ahora cómo defenderte, cuando quizá han pasado varios años ya.

Escribir cuando uno está triste  no es fácil. No.
Es duro. Puede reblandecerse con alguna lágrima la coraza que has forjado.  Podrás querer reabrir puertas ya cerradas. Compararás tu aquí y ahora con lo que tuviste y con lo que tendrás. Y eso no es bueno.

Escribir cuando uno está triste no es fácil. Quizá es más bien complejo. Pero es sanador. Abrazar tu tristeza y hacerla tu amiga. Eso es lo verdaderamente mágico de la escritura. Profundizar y no escapar. Aceptarte a ti. Aceptarte ahora.

Escribir.
Gritar a pleno pulmón con las letras del teclado.


Chica Salada

sábado, 12 de diciembre de 2015

Quiéreme bien

Quiéreme, sí. Pero no me quieras mucho; quíéreme bien.
Quiéreme libre. Quiéreme  de forma unánime con todos mis defectos. Adora mis virtudes, pero abraza también mis miedos.

Ama por encima de todo las maneras en que NO soy perfecta. Cometo mis errores y puedes entenderlos, aunque también puedes impulsarme a mejorar.

Quiéreme con mis amigos y con mi familia. Quiéreles también a ellos. Entre todos me han hecho la persona que soy. Con ellos me he equivocado, he discutido, he sido feliz y he llorado. Me han hecho aprender en cada paso de esta vida. No puedes quererme sin ellos, lo siento; entran en el saco.

Quiéreme con las cosas que amo. Los pequeños detalles tontos que me hacen feliz.. Las ilusiones que me hacen sonreir cuando me voy a la cama. Escucha cuando te cuento, entregada, cómo me ha ido el trabajo. Apóyame en mis  horas de estudio y acepta que haya días, que priorice mi futuro profesional. Otros días te priorizaré a ti, pero no lo debes forzar.

Respeta mi manera de pensar, aunque no estés de acuerdo. Yo también respetaré la tuya. Ambos tenemos el derecho de pensar diferente, y es lo que hace grandes la relaciones humanas. No existen los extremos y normalmente, encontrar un término medio ayuda a evolucionar hacia adelante. No critiques mi perspectiva ni intentes que piense como tú. Simplemente, acéptala.

Mi cuerpo es mío, y sólo mio. Me encanta y lo amo. Ámalo tu también. Me gusta mi pelo, mi forma de vestir e incluso me gustan mis defectos. Si tienes una opinión crítica sobre ellos, quizá el problema es tuyo, ahí no tengo nada que hacer.

Ayúdame cuando te lo solicite. Quizá haya veces que también necesite ayuda y no te la pida; Ahí también puedes echarme un cable. Aunque no siempre. No te adelantes a los problemas ni me sobreprotejas. Soy un ser autosuficiente. Pero tampoco me abandones si me ves en conflicto, soy humana. Y yo también estaré ahí para ti.

En definitiva, con los años me he vuelto más exquisita. Quiero que me quieran como soy, ni más, ni menos. Que no intenten cambiarme, que no intenten controlar mi independencia. Todos deberíamos pedir esto.

Una relación sana se basa en la confianza, el respeto y la libertad.
Llámame rara, pero yo quiero eso.


Chica Salada

sábado, 10 de octubre de 2015

Los "Raros"


Él estaba  ahí.  De pie parado.  Había esperado demasiado tiempo para ese momento y ahora estaba bloqueado. Había trabajado mucho en ello y ahora su cabeza iba tan rápido que no podía pensar con claridad. Ojalá pudiera mandar sobre sus pensamientos.

Era un día soleado, la calle estaba casi abarrotada de gente y eso le ponía algo nervioso. Pero ahí estaba ella, sonriente, con su tez morena al sol y su pelo caído sobre los hombros, tomando un café en la terraza de aquel bar. Estaba más guapa de lo que solía normalmente. Quizá fuera ese pañuelo verde; le sentaba realmente bien.

Él estaba en el semáforo de la calle de al lado, sin atreverse aún a separarse del coche. Todavía repasaba las frases que había ensayado la noche anterior. Sonaban realmente bien en su cabeza aunque bueno, en realidad no siempre podía fiarse del todo de su cabeza. Pero estaba seguro de que aquellos pensamientos no eran del mismo tipo que los que le hacían sufrir. Al menos, no los acompañaban las mismas sensaciones de miedo e incertidumbre. Eso era bueno.  Se repetía una y otra vez que hoy podía salir bien.

En realidad estaba nervioso. Daba pequeños paseos desde el coche a la esquina. Uno, dos, tres, vuelta.  No le importaba si la gente le miraba. Él observaba sus zapatos mientras repetía en su cabeza cómo podría saludarle.

No la seguía. Nunca lo había hecho. En una ocasión creyó que era ella quien le seguía a él. Pero con ayuda de su profesional comprendió que simplemente Mariela tenía por costumbre quedar a tomar un café con una amiga cada día al salir del trabajo. Quizá fuera una amiga de la infancia. Quién sabe. El caso es que la cafetería estaba justo enfrente de su casa. Casi enfrente de donde solía aparcar el coche. Vaya casualidad.

Miguel estaba realmente angustiado. Notó cómo empezaban a temblarle las manos y se dio cuenta de que tenía que hacer algo para controlarlo. Se apoyó en el coche e intentó recordar cómo lo había hecho otras veces. Vale, sí… Respira. Hondo… una… dos… tres… así.  Cerró los ojos. Intentó imaginar algo que le hiciera sentir bien. Algunos pensamientos iban a toda velocidad y le era complicado concentrarse.

No supo cuánto tiempo estuvo así. Quizá más de la cuenta. O quizá menos. A veces le era difícil medir el tiempo, por eso acostumbraba siempre a llevar reloj. Giró la cabeza y vio que aún Mariela seguía hablando tranquilamente con su amiga. Tenía tiempo.

Ella era la única que le saludaba sonriente en el trabajo. Llevaba cuatro años trabajando de administrativo en una empresa. Siempre le había resultado complicado relacionarse con las personas. No era que no le gustase estar con gente, pero solía pensar que al final iban a hacer algo en detrimento de su bienestar y de su posición. En el trabajo solía ser bastante suspicaz y eso le había llevado a enfrentamientos. Realmente no es que pensase que hubiese un complot contra él. Bueno, había días que sí podía llegar  a pensarlo. Pero más  bien era miedo. No le gustaba esa sensación de inseguridad. Luego había aprendido que sus actuaciones también provocaban las reacciones de los demás. Pero le había costado.

Tenía costumbres que sus compañeros no comprendían.  Le gustaba que el café se lo sirviese el mismo camarero todos los días y tenía que aparcar el coche siempre en el mismo lado de la acera, al lado del semáforo. Alguna vez había tenido palabras subidas de tono con algún vecino. También era algo supersticioso por lo que evitaba los gatos negros o pasar por debajo de andamios y escaleras.  Si por desgracia algún día lo hacía, estaba nervioso hasta el día siguiente, y era casi mejor no hablarle.
Con todas estas cosas, en la empresa se había ganado el apodo de “el raro”. No le habían echado porque realmente era bastante competente en sus tareas. Pero cuando iba a la cafetería normalmente se sentaba solo. Únicamente Mariela y quizá alguna otra compañera se sentaban alguna vez con él. Hablaban coloquialmente y le preguntaban qué tal el día. Pero él se ponía nervioso. Le gustaría poder ser “normal” en las situaciones sociales.  Conservaba pocos amigos y normalmente, los planes con ellos eran tranquilos.

Le gustaba tocar el piano. Había aprendido cuando era niño y aún se acordaba. Tenía un teclado en casa que tocaba muchas tardes para relajarse. También le gustaba la lectura. Su última adquisición había sido un libro de García Márquez que no estaba del todo mal.

Los fines de semana aprovechaba para pasear por un parque cercano. Le ponía algo nervioso los perros que corrían sin correa, pero le gustaba mirar al lago y a veces echaba de comer a las palomas que se posaban en un banco próximo. De camino a  casa pasaba por una librería de segunda mano y casi siempre acababa llevándose a casa un libro “nuevo”.

Pero de un año a esta parte lo había pasado realmente mal. Le costaba contárselo a nadie. El año pasado estuvo de baja laboral porque al jefe se le ocurrió despedir personal justo cuando acababan de enfrascarse en otro proyecto con la empresa amiga. Nunca antes habían tenido tanta carga de trabajo y eso a Miguel le saturó.

Casi sin darse cuenta empezó a estar más reacio con todo el mundo, más desconfiado y más huraño (más de lo habitual).  No le daba tiempo a acabar con todas las tareas diarias y pese a las horas extras, siempre surgían complicaciones. Un día, comenzó a pensar que realmente el jefe quería echarle pero como era un buen trabajador, no sabía cómo, por lo que seguramente sus compañeros estaban compinchados contra él.  Probablemente fue su imaginación, pero a veces oía ruidos raros, sutiles, cuando se quedaba casi solo en la oficina. Tenía 30 años pero debía reconocer que eso le daba auténtico terror. A veces los ruidos los escuchaba también en casa.  Durante  esos días la situación fue volviéndose cada vez más insostenible, hasta el punto de llegar a escuchar diálogos sin sentido provenientes de ningún lugar. Su estado de activación iba cada vez a más y finalmente, un día,  acompañado de su madre, fue a urgencias.

Desde allí le derivaron a Salud Mental y le pusieron no se qué diagnóstico que no sabría especificar. Tampoco quería saber el nombre de ninguna etiqueta.  Y le medicaron. Él siempre había sido reacio a tomar pastillas. No le gustaban. Solía aguantar a estar varios días seguidos con dolor de cabeza para tomar un simple paracetamol. Pero el psiquiatra le insistió en la necesidad del tratamiento. Él pensó cosas que ahora considera absurdas pero lo cierto es que casi lo tuvieron que contener. Se plantearon incluso internarlo, pero finalmente accedió. Ya era “raro”,  no estaba dispuesto a que también le llamaran “loco”. 

Estuvo de baja laboral unos meses, con miedo por supuesto de que le despidieran al volver. Eso era algo que le había angustiado enormemente.  Poco a poco, su angustia fue pasando, incluso volvió a dormir sin pesadillas. Conforme pasó el tiempo empezó a calmarse  y se decidió a ir a ver a una psicóloga. Le costó bastante pero también, acompañado de su madre, accedió. Su madre era de las pocas personas en las que podía confiar y sabía que sólo quería lo mejor para él.

Desde aquellos días, todo está yendo bastante bien. Empezó a ser consciente de algunas cosas que antes no contemplaba  y aunque le costaba, intentaba no ser rígido en su pensamiento y mirar otras perspectivas. Hacía sólo dos semanas que había vuelto al trabajo.  Se animó cuando unas semanas antes recibió una llamada de Mariela, preguntándole qué tal estaba e informándole de que todos le echaban de menos. Mariela tenía un cargo superior a él y de alguna forma, coordinaba su sección: “¿Sabes? El que te está sustituyendo no  lo hace mal, pero estábamos acostumbrados a tu eficiencia, Miguel. ¡Y ya nadie avisa de los riesgos de pasar por debajo del arco  a los que entran nuevos! En realidad es algo que al resto se nos olvida, Carlos el otro día casi se cae. Espero que vuelvas pronto porque te echamos de menos”.

Aquellas palabras le animaron a valorar su estado actual y a reflexionar con el médico la posibilidad de volver al trabajo. Tendría que seguir tomando cierta medicación y estar atento a los síntomas que antes había sentido pero bueno, quería volver a su vida anterior.

Y aquel día, había dado el paso más grande de todos.  Se había decidido a hablar a Mariela fuera de lo estrictamente laboral. Cruzar la acera, saludarla, hablar amistosamente y quién sabe, quizá seguir saludándola todos los días con la excusa de que vivía enfrente.

Sin darse cuenta se encontró sonriendo al hacer balance de lo que había conseguido en esos meses. Había vuelto a tocar el piano y el fin de semana anterior había retomado sus paseos por el parque. La brisa fresca le animaba en sus momentos de bajón y sentía como si aún tuviera ese efecto en el cuerpo.

Se incorporó.
Miró hacia la acera de enfrente, y cruzó el semáforo.



Chica Salada

jueves, 20 de agosto de 2015

Adiós encadenado


Huele a miedo.
Huele a invierno que ha llegado de improviso en pleno verano.
Huele a la mirada cabizbaja por las calles familiares en un futuro no muy lejano.
Huele a un querer y no poder.
A desear y desterrar.
Huele a lágrimas en la mejilla y fuego en el paladar.
Huele a frío.
Huele a mar congelado.
Huele a ti.
Huele a mí.
Huele a un adiós encadenado.







Chica Salada


sábado, 7 de febrero de 2015

Un agujero más

Hoy vuelve a ser un día en el que una sombra invisible cubre el cielo, y te recuerda lo puta que es la vida cuando quiere.

No quiero despedirte. Como no quise despedir a tantos otros. Porque decir adiós supone reconocer que una batalla más se ha perdido. Que la FQ se ha hecho fuerte y vuestros pulmones no han vencido.

Os echamos de menos. Y a ti, Alberto, voy a echarte especialmente de menos. Me faltará ese compañero de madrugones  de allá para cuando esperando para consulta de Luis. Me faltará saludarte entre pasillos y consultas, me faltará leer tu facebook o tu blog para saber cómo estás. Para saber cómo iba tu lucha de pasos pequeños y pesarosos.

Sé que luchaste. Sé que te aferraste a la vida como tantos otros. Y sé que el dolor que dejáis es más profundo de lo que nadie pueda llegar a imaginar. Son muchas las personas a las que habéis tocado. Desde familiares y amigos, hasta los que compartimos algo más que una perspectiva de vida común.

No me importa reconocerlo: Hoy es uno de esos días de mierda en los que te planteas las cosas de nuevo.  En las que el miedo llama a tu puerta y no sabes cómo echar el candado para no tener que abrir.

Vamos tejiendo nuestras capaz de superhéroes forzados con cada una de las ebras de este mando que todos los fiquis formamos. Y a cada uno que se marcha, se hace un agujero más. Pero os prometo que vamos a seguir adelante, con la capa aunque sea a pedazos. Porque nuestros pulmones lo merecen. Porque nosotros mismos lo merecemos. Y por los que se han quedado en mitad del camino.


DEP Alberto.


PD: Os dejo un enlace a su blog, para que veáis su gran ejemplo de superación.
http://www.elespejodelaverdad.blogspot.com.es/



Chica Salada