Quizá estudiar psicología me ha dado la potestad de
darme cuenta de lo mal que estamos todos emocionalmente. El desajuste que hay
entre nuestra mente y nuestro corazón. En serio; estamos fatal.
Todos tenemos heridas sin cicatrizar, y buscamos
sin querer y a la vez salvajemente a alguien que tenga el antídoto contra
nuestro dolor, alguien que nos salve de eso que ni siquiera nosotros estamos
completamente seguros de querernos salvar. Amigos, familia, relaciones… Craso
error.
Somos independientes. O eso aparentamos ser. En el
fondo estamos cagados de miedo. Miedo a fracasar en los estudios. Miedo a tener
un trabajo que no nos llene. Miedo a pagar las facturas. Miedo a no tener
amistades sólidas. Miedo a no encontrar pareja. Miedo a no realizarnos como
personas… Somos independientes, pero todo esto intentamos ocultarlo. ¿Pasa algo
por reconocer que somos humanos?
Buscamos una media naranja que nos llene. Claro, es
para lo que hemos venido, ¿no? Somos libres, pero dependientes de la búsqueda
inestimable del amor. Y cometemos un error: Hipotecamos nuestra felicidad en
manos de otro corazón a medio construir. Porque encontrar a otra persona con la
que congeniar no es nada fácil, y nadie sabe lo que es tener que armarte de
valor para confiar, para quitarte las espinitas, para luchar, con todo lo que
tenemos a nuestra espalda... Pero ojo, el otro también lo tiene.
El amor no es proyectar expectativas insatisfechas
sobre nuestra vida y experiencias pasadas. No es vender un saquito de miedos e
inseguridades, ni querer correr una maratón contra el tiempo y empezar una casa
con cimientos de cartón. No creo que ni el depender ni forzar, sean buena
solución. Y es un error que a veces cometemos. Damos la llave a la otra persona
de nuestras frustraciones, de nuestros deseos, y esperamos –porque es su
obligación- que éstos sean satisfechos. Claro, firmó el contrato con sangre,
¿qué cabe esperar si no?
Buscamos desesperadamente una cama que entierre el
recuerdo de la anterior. Como si no hubiéramos pasado buenos momentos también.
O como si los malos nos definieran y sirvieran de guía determinista para
cualquier otra historia posterior. Y hay que revertir eso urgentemente… Se nos
olvida que cada persona es un mundo, y cada relación interpersonal –llámese
amor o amistad-, un libro en blanco con las páginas aún por colorear. (Qué
cursi me ha quedado).
Enfin… Que eso. Que nos olvidamos de nosotros
mismos para volcar nuestros deseos de felicidad en otras cosas –y personas- y se
nos olvida que la llave está en nuestro bolsillo. Y no podemos pretender que el
resto hagan o piensen como a nosotros nos gustaría –porque claro, siempre
llevamos la razón-. Cada uno somos un mundo, amigos, y existen tantas
perspectivas de una situación como personas existen en la Tierra.
No forcemos.
No dependamos.
No impongamos
… Disfrutemos.
No dependamos.
No impongamos
… Disfrutemos.
Dejemos ser y lo que tenga que ser, será. Llámese estudios, carrera profesional, amor o amistad.
Nadie tiene la solución de todo. No vivimos en un mundo dicotómico. Existe el gris. Y el color. No nos empeñemos, y sepamos verlo.
Chica Salada