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miércoles, 24 de abril de 2013

Una vida con Fibrosis Quística



Ella miró hacia la cuesta y suspiró. Supo que le iba a costar subirla. El resto corrió cual almas que lleva el demonio, y pronto se encontraron arriba. Ella, no. A duras penas conseguía seguir para adelante, le faltaba el aire y se ahogaba. Por un momento creyó que su cabeza iba a estallar. “¿será la falta de oxígeno?”, le dio igual. Siguió subiendo. Cuando llegó, jadeante, no se lo pensó y se tiró en el suelo. Aún sentía la presión en la cabeza y en el pecho “por Dios que se pase pronto”, pensó. Poco a poco se fue pasando.

Empezaron a hacer la lumbre. Habían preparado carne para hacer barbacoa. La verdad es que le apetecía un montón pasar ese día en la montaña, aunque sabía que debía volver pronto a casa para hacer la fisioterapia y los aerosoles. “Qué coñazo. En fin, es lo que toca. Seguro que si lo hubiera hecho esta mañana no me habría ahogado tanto”.

Ayudó a sus amigos a preparar. Estaba feliz. Todos lo notaban. Volvía a ser ella misma y a sonreir.
- Joder como has cambiado, de unos días atrás a aquí.

“Normal- pensó- estoy AQUÍ”. Disfrutar del momento presente era una de las cosas que había aprendido en su día a día. Hacía unas semanas había estado en el hospital, aislada, con tubos y vías por todas partes y a penas sin poder moverse de la cama. “Ahora estoy al aire fresco, sin necesidad de oxígeno para respirar, con mis amigos comiendo barbacoa sin que me duela la tripa y sin preocuparme de nada más…. ¿qué más puedo pedir?”

Volvió a la realidad. Sus amigos habían empezado a discutir sobre el trabajo y el empleo. Sobre si tendrían que marchar al extranjero o si estaban en condiciones de pedir un crédito. El tabaco había subido y la marihuana era cada vez más difícil de conseguir... Ella se quedó perpleja, si solo tenían 17 años. “Ufffff… me supera. Voy a dar una vuelta”.  Los amigos que tenía, que padecían lo mismo que ella, no se preocupaban de esas cosas tan banales a esa edad. Vivían intensamente el presente, y eran bastante más maduros de lo que aparentaban ser... Cómo los quería, aunque estuvieran lejos.

Caminó por la montaña. Le gustaba sentir el aire fresco y la naturaleza. Era tan puro. Recordaba como cuando era pequeña sus padres la llevaban a aquellos lugares, para que corriera, jugara y saltara, se divirtiera y riera, mientras ellos la observaban sonrientes viendo como su niña era feliz. A penas le habían dado 5 años de vida y sin embargo iba creciendo por momentos, sana, sin grandes baches... Era más de lo que podían pedir.

Suspiró. No hacía más de medio día que no los veía y casi echaba en falta a sus padres, y a su hermano pequeño. No era dependencia emocional, era un sano apego. Siempre le habían enseñado a ser responsable e independiente: además ella adoraba serlo.  Caminando, encontró un árbol donde le encantaba subirse de pequeña “seguro que aún puedo”. Tosió un poco antes de llegar a la rama robusta que hacía tiempo la soportaba, aún aguantaba su peso (estaba bastante delgada en realidad). Vislumbró el parque desde allí, serena y tranquila. Respiró hondo y sonrió. Una lágrima de emoción cayó por su mejilla. 

Tosería, se cansaría y le faltaría el aire. Tendría problemas con la comida, sufriría operaciones e ingresos varios, tendría bajones anímicos y se cabrearía con el mundo varias veces al año durante su vida… Pero siempre le quedaría aquel rincón de aire puro, donde descansar y coger fuerzas. Siempre le quedaría su pensamiento de nunca tirar la toalla y luchar contra lo que se contrapusiera. Le daba igual lo que viniera, ella iba a ser siempre fiel a si misma, iba a jugar las cartas que le había tocado en la vida lo mejor que sabía, y estaba convencida que, de alguna manera, ganaría. Porque fueran muchos o pocos años lo que tuviera de existencia, de una manera u otra, iba a ser feliz mientras pasara por esta vida.... La vida era un regalo  y no estaba dispuesta a desperdiciarlo.

Y de alguna manera no cambiaba tener Fibrosis Quística, puesto que le había hecho ser como era, pensar como pensaba, amar como amaba, a la vida y a las personas. Y eso, no lo cambiaba por nada.

Porque tú respiras sin pensar, pero  hay muchos niños, jóvenes y adultos que no piensan más que en respirar.


24 de Abril, día Nacional de la Fibrosis Quística. 




lunes, 22 de abril de 2013

Nunca es demasiado tarde


Evité mirarte para ahuyentarme de lo que podría haber sido. Mi cuerpo, entrecerrándose cual maniquí esquivo, lejos del escaparate. Lejos del mundo de los vivos.  Evité sentir la llama incesante que me abrasaba, que me quemaba las entrañas queriéndome hacer renacer. Queriéndome llamar de nuevo a la memoria de lo que pudo haber sido.

Intenté apartarlo de mis recuerdos. La oportunidad que vino y se fue. El camino no escogido, lo que no me atreví a hacer.

¿Qué hubiera sido?

¿Hubiera cambiado la existencia de este cuerpo inexistente, yerto y frío?

Ahogándome en lágrimas de dolor por lo que ahora quiero cambiar de mi corazón. ¿Por qué lo dejé marchar? ¿Por qué le dije adiós a la oportunidad? Al camino de la felicidad y la fragancia de la ilusión. Todo lo que quise decir y no dije, se perdió. Todo lo que quise hacer y no hice, estremeció mi corazón.

Las palabras y los gritos que no fueron seguidos de un perdón. Lo que quise hacer y nunca  me atreví por miedo a dañar mi ego o mi corazón.

Y si, de alguna manera, ¿pudiera volver a revivir la pasión? Dar media vuelta a los recuerdos y escribir de nuevo la canción. Borrar con palabras sinceras lo que un día de mi boca estalló. Nunca es demasiado tarde, dicen.

Nunca. Lo que se necesita es valor. 



Como dijo una vez Brad Pitt, como Benjamin Button: 
"Nunca es demasiado tarde, o en mi caso demasiado pronto, para ser lo que queremos ser" 

jueves, 4 de abril de 2013

El Lobo y la Luna

Se marchó.  Y su corazón se cerró en un puño al ver desaparecer su rostro. Al ver que no había marcha atrás...  Suspiró. Y el aire le quemó al entrar, recordándole lo que había perdido.  Se giró y le miró en la distancia, pero él ya no estaba, ya se había ido.

Ella. Corazón hecho de papel forrado con plomo. Luna menguante en el horizonte sin atreverse a bajar, sin atreverse a ver. Sin atreverse a sentir, sin atreverse a amar. Altiva, vislumbraba el mundo desde otra dimensión, desde otra perspectiva distinta, aunque no superior. Se había alejado y se había propuesto no bajar nunca más. No dejarse vencer. Aunque en sus adentros, seguía buscando el sol.

Él. Impaciente, lobo hambriento  y con sed, que se encaprichó. Impulsivo, diferente a los de la manada. Lobo difícil de encontrar en este mundo. Y en otros, quizás. A su ritmo y a sus pasos, con la vista al frente... la miró. Y ambos sintieron la conexión. Ella, luna; él, lobo feroz.

Era utópico pensar que podrían enamorarse. Una fuerza más grande que los celos, que el tiempo y que el amor, estaba a fuego en sus corazones. Aún así sucumbieron a la llamada del sentimiento.

Las miradas. Las palabras, los besos y las caricias sanaron sus almas. La soledad les dio una tregua y descubrieron nuevos motivos por lo que creer, por los que luchar. Por los que mirar hacia adelante, levantarse y caminar. Ella descubrió de nuevo lo que tanto tiempo había intentado borrar de su recuerdo. Se dejó llevar, y comprendió que a veces la vida te da una segunda oportunidad. Para volver a creer en aquello en lo que había perdido ilusión, para volver a confiar.


Y el lobo aulló, y la luna intentó bajar. Y al bajar, se dio cuenta de que el sol se volvía a asomar...

Pero al final las fuerzas externas hicieron que no pudieran continuar. Ella seguirá desde el cielo, al lado del lobo. Él con sus aullidos le recordará que puede volver a ser luna llena, si se lo propone. Ella le dará siempre una luz con la que alumbrarse, en las noches oscuras y frías, y cuanto más perdido estè el lobo, la luna, más brillará.