Muchos ya no están. Niños de 14, o de 3 años, que se fueron. Chicas a punto de entrar a la universidad. Vidas que se apagaron cuando apenas empezaban a echar a andar. Caminos truncados. Sueños que se desvanecieron.
Lloro. De tristeza por haberlos perdido. Pero también de felicidad por haberlos conocido. No todos se han ido, algunos han superado su enfermedad, y a sí mismos. Y son felices. Y miran atrás con orgullo, y con una sonrisa puesta en sus labios, y en sus ojos. Y también en los míos. Todos, los que están y los que no, me enseñaron mucho. Mucho. Mucho más de lo que se pueda aprender en un aula, en unas lecciones que aprendes para no recordarlas más. Me enseñaron lecciones de la vida. Lecciones que no se borrarán jamás. Me enseñaron la valentía, el entusiasmo, la ilusión, la amistad.
A veces pensamos que nuestras vidas son duras. Pero no nos damos cuenta de lo que puede cambiar nuestra existencia si nos detectan una enfermedad. El cáncer. La Quimio. La anorexia. Un tumor cerebral… Ellos lo supieron.
Sillas de ruedas, vías, agujas, pastillas, pijamas azules que nos quedaban grandes a todos… Tardes de llantos y vómitos, noches inaguantables, gritos de angustia, de verdadero dolor. Físico y emocional. Caras tristes, ojos cansados… Pero siempre tenían ganas de jugar. Siempre teníamos ganas de sonreir, juntos, de salir a hablar. De cantar y hacer talleres, de pasarlo bien, aunque fuera en el hospital. Me contagiaron de su entusiasmo, de su vitalidad. De sus sueños y de sus ilusiones. De sus ganas de luchar. Estaban llenos de vida. Me devolvieron el gusto por la muchas cosas que había olvidado a amar.
A Patricia, mi “hermana” mayor, se lo debo. Ahora estoy haciendo una carrera, lo que ella siempre quiso hacer, y me esforzaré por todo el esfuerzo que siempre me demostró ella. Por esas ganas incansables que tenía. Porque nunca la ví llorar. Porque SIEMPRE estaba con una sonrisa. Porque es así como la recuerdo, y con lo que siempre me quedaré.
De Javi me quedo por supuesto, la guitarra. Y las risas, y las charlas. Y las carreras en sillas de ruedas, a lo “4ºplanta”. Los “botellones” de suero y las enfermeras enfadadas. Las sonrisas que aún debe estar repartiendo en su pueblo. Y su ejemplo de lucha y superación. Fue y sigue siendo un ejemplo en el cual mirarme cuando quiera tirar la toalla. Porque él lo consiguió. Plantó la cara al cáncer, a la quimio, a su pierna amputada, y ganó.
Por Dani. Por Yashín. Por tantos y tantos niños que batallan día a día, que luchan con sus fuerzas, y las de sus familias. Por los que he conocido, y los que no. Por el ejemplo de vida y de lucha que nos dan. Porque sufren como un adulto, o más, y sonríen con la inocencia y entusiasmo con la que únicamente un niño puede sonreir. Cosa que a nosotros, se nos ha olvidado.
Yo no dejaré de sonreir nunca. Pese a la lucha. Pese al cansancio. Porque ellos pudieron. Y yo llevo dentro de mí el recuerdo de muchos de ellos.
Que nuestra bandera sea nuestra sonrisa y el amor, nuestro canto.
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