La observo desde las sombras, cuando sé que no puede
verme. Mi mirada la busca, y a veces la
encuentra, casi inerte. Con la vista fija en el horizonte y la mente en blanco, aparentemente. Pero sé que está ocupada pensando en
algún porqué sin nombre.
A veces la sigo. Me guío por sus pasos, pequeños, indecisos,
a veces alegres, a veces cansados y decaídos. Me llevan cada día a lugares
distintos. Plazas, callejuelas, bares. Todos sitios llenos de gente. Pero
sitios vacíos.
Sé que así ella lo siente. Pero no lo dice. Sonríe y sigue
adelante. Ríe. Y yo la sigo.
La observo cuando descansa, cuando deja su mirada en el
vacío. Sus ojos rebosan vida y entusiasmo, contagiados de tristeza y
cansancio. Lo sé. Lo palpo. Se sienta en la calle, con un helado en la mano, y
observa. Y yo la observo a ella en la distancia. Mira a los transeúntes,
distraídos. Con sus prisas y sus vidas ocupadas. Con sus ritmos. Y sé que desea
ser ellos. Escapar y ser otra persona, alguien distinto.
Saborea su helado cual manjar exquisito. Pocos saben el valor de ese bocado.
Se levanta, y se marcha. Se acerca al mirador lentamente,
con sus pasos cortos e indecisos, con su sonrisa puesta en la gente, y con sus
ojos fijados en el infinito. Se acerca al mirador y observa la ciudad. Cierra
los ojos, y la miro. Tan pequeña e insignificante, en una ciudad que no la ha
visto nacer, pero que le sirve de cobijo. Se ve tan bella siendo tan frágil. Podría amarla eternamente. Podría amarla hasta quedar extinto.
Se da la vuelta, y se marcha. Con la mirada ausente, con los
pasos distraídos. Saborea cada instante aún recordando el infinito....
Me gustaría saber qué piensan esos grandes ojos fijos.
Me gustaría saber qué piensan esos grandes ojos fijos.
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