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domingo, 30 de septiembre de 2012

Miradas


La observo desde las sombras, cuando sé que no puede verme.  Mi mirada la busca, y a veces la encuentra, casi inerte. Con la vista fija en el horizonte y la mente en blanco, aparentemente. Pero sé que está ocupada pensando en algún porqué sin nombre.

A veces la sigo. Me guío por sus pasos, pequeños, indecisos, a veces alegres, a veces cansados y decaídos. Me llevan cada día a lugares distintos. Plazas, callejuelas, bares. Todos sitios llenos de gente. Pero sitios vacíos.

Sé que así ella lo siente. Pero no lo dice. Sonríe y sigue adelante.  Ríe. Y yo la sigo.

La observo cuando descansa, cuando deja su mirada en el vacío. Sus ojos rebosan vida y entusiasmo, contagiados de tristeza y cansancio. Lo sé. Lo palpo. Se sienta en la calle, con un helado en la mano, y observa. Y yo la observo a ella en la distancia. Mira a los transeúntes, distraídos. Con sus prisas y sus vidas ocupadas. Con sus ritmos. Y sé que desea ser ellos. Escapar y ser otra persona, alguien distinto. Saborea su helado cual manjar exquisito. Pocos saben el valor de ese bocado.

Se levanta, y se marcha. Se acerca al mirador lentamente, con sus pasos cortos e indecisos, con su sonrisa puesta en la gente, y con sus ojos fijados en el infinito. Se acerca al mirador y observa la ciudad. Cierra los ojos, y la miro. Tan pequeña e insignificante, en una ciudad que no la ha visto nacer, pero que le sirve de cobijo. Se ve tan bella siendo tan frágil. Podría amarla eternamente. Podría amarla hasta quedar extinto.

Se da la vuelta, y se marcha. Con la mirada ausente, con los pasos distraídos. Saborea cada instante aún recordando el infinito....

 Me gustaría saber qué piensan esos grandes ojos fijos.

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